miércoles, 29 de abril de 2009

La perversidad del sistema educativo

Eduardo Emilio Franco

Ha caído el decreto 230 de 2002. Tal vez deberíamos sentirnos satisfechos quienes desde su aparición nos manifestamos en contra, 7 años de historia nos dan la razón. Fue éste, auspiciador de pereza y apatía en educandos y educadores, un retroceso en la formación de las personas y en los valores, un refuerzo a la línea del facilismo y del ningún esfuerzo. Entonces deberíamos sentirnos satisfechos…

Aparece ahora el decreto 1290 del 16 de abril de 2009 y deroga el anteriormente mencionado. ¿Y cuáles son las reformas de fondo?... Nada que nos de tranquilidad. He aquí la esencia:

Según el 230 los informes de valoración de estudiantes se presentaban en la escala: Excelente, Sobresaliente, Aceptable, Insuficiente y Deficiente.

Ahora con el 1290 la escala de valoración es: Desempeño Superior, Desempeño Alto, Desempeño Básico, Desempeño Bajo.

Es decir, para el Ministerio de Educación, así lo ha demostrado a través de toda la historia, lo esencial es la terminología para indicar si se es bueno o se es malo (ahora se me descalificará porque según la psicopedagogía, no sé de quién, hablar de buenos o malos estudiantes “dizque” los traumatiza).

Si hacemos un recuento encontramos que la escala de valoración ha pasado por cualquier cantidad de nominaciones: de 0 a 5, de 1 a 10 de 1 a 100, en algún momento se aprobaba con 3, en otro con el 60%, cada periodo tenía igual valor pero también existía la norma en donde los periodos eran diferenciales 10%, 20%, 30%, 40%, o se promediaban todas las notas y el promedio arrastraba otras, pero en estos sistemas numéricos no se decía quien era excelente o quien tenía desempeño bajo, la escala numérica habla por sí sola, así en la escala de 0 a 5 un estudiante de más de 4 se entendía que era bueno, y con menos de 3 era malo. En un intento por acabar la escala “cuantitativa” y pasar a una “cualitativa” se empezó a cambiar números por palabras y letras (entendible que para alguien que nunca aprendió a contar y no sabía si 10 era mayor igual o menor que 8 fuera mejor decir Sobresaliente a decir que era un estudiante de 10) y entonces apareció la fórmula: 9 a 10 Sobresaliente, 8 a 8.9 Bueno, 6 a 7.9 Aprobado, 1 a 5.9 No aprobado, hasta que al fin desaparecieron los números y aparece las expresiones “descriptivas” : Excelente, Bueno, Aceptable, Insuficiente y se inventaron los símbolos E,B,A,I (¡Magia!, ya no hay números sino letras. ¡Sorpresa! Quienes crearon esta escala desconocen que las letras así, no son más que numerales (grafías con las que se representa una cantidad y aquí E significa mayor que B y B mayor que A y A mayor que I).

Y continúan las reformas: aparece la escala Excelente (E), Sobresaliente (S), Aceptable (A), Insuficiente (I) y Deficiente (D), y cuando apenas nos estábamos adaptando a ella, llegó la salvación: Desempeño Superior, Desempeño Alto, Desempeño Básico y Desempeño Bajo (tal vez me anticipe pero ya veo los boletines con DS, DA, DB y db (así desempeño bajo (db) en minúsculas para diferenciarla de desempeño básico (DB)). Todo por el bien de la calidad de la educación.

Pero este galimatías no es más que parte de la perversión con que se administra la educación. Para entenderlo mejor, debemos ubicarnos en la época de la post-segunda guerra mundial, y no como un problema de Colombia sino del mundo. Los triunfadores de la guerra empiezan a dictar políticas económicas y como parte de ellas las educativas, así surgen entre otras, comisiones como la de Rudolph Atcon y programas como (¿Coincidencia con la aparición del Club Bilderberg en 1954?) el "Plan Karachi" en Asia (1959-60), el "Plan Addis Abeda" en África, (1960-61) y El Plan Básico (1960 y 1970) para Latinoamérica. Programas todos que se resumen en una perversa premisa: “ A los pueblos subdesarrollados hay que capacitarlos para que sean mano de obra (barata), por lo tanto la educación hay que orientarla hacia la formación de técnicos y obreros restándoles formación en la parte empresarial y de liderazgo y en consecuencia en la formación científica y de las humanidades, así se puede garantizar un pueblo que no piensa, no analiza y no critica, pero con unas condiciones mínimas de subsistencia que le permita sobrevivir y sentirse satisfecho con lo poco que tiene”.

Coincide esto con uno de los objetivos del Club Bilderberg (Estulin, Daniel; La verdadera historia del Club Bilderberg): “un férreo control sobre la educación con el propósito de destruirla. Una de las razones de la existencia de la UE (y la futura unión Americana y Asiática) es el control de la educación para «aborregar» a la gente. Aunque nos resulte increíble, estos esfuerzos ya están dando «buenos frutos». La juventud de hoy ignora por completo la historia, las libertades individuales y el significado del mismo concepto de libertad. Para los globalizadores es mucho más fácil luchar contra oponentes sin principios”.

Pero contrario de lo que se pudiera pensar, ellos no buscan la infelicidad de las personas, entienden bien que la mejor forma de dominarlas es haciéndolas sentir útiles y satisfechas con lo poco o nada que puedan tener, tal como desde los años 30 lo concibió Aldous Huxley en su libro “Un mundo feliz”.

Bajo estos contextos se viene implementando la promoción automática desde 1987 con el decreto 1469, promulgado por el entonces Presidente Virgilio Barco y el Ministro de Educación Antonio Yepes Parra: “Que la promoción automática mejora sensiblemente la eficiencia del sistema educativo al disminuir las tasas de repitentes y deserción y al potenciar la universalización de la educación primaria”. Así se pasa de la llamada promoción anual, a la promoción flexible y a la promoción automática, disimulada con un 5% de reprobación en el decreto 230.

Más de 20 años de engaño a niños y jóvenes, muchos ya han cerrado su ciclo y hoy son adultos que enfrentados a la realidad viven la frustración de la mala calidad de la educación, toda vez que el permitir el avance de estudiantes de un grado a otro con deficiencias y vacíos académicos, no solo desmejora la calidad de la educación, sino que les genera grandes problemas para el ingreso a la educación superior y al mismo mercado laboral.

Así, tenemos hoy día, bachilleres titulados por aplicación del decreto 230, que no saben leer ni escribir, menos saben de matemáticas o de historia y menos aún tiene actitud crítica o reflexiva frente a los eventos nacionales o mundiales, dispuestos en un alto porcentaje para servir en la “guerra” (su mejor opción es enlistarse en cualquier grupo armado ya sea de los que conforman las fuerzas regulares legales o las fuerzas armada al margen de la ley. Cito testimonio de una alumna de grado 11, quien interrogada por su futuro manifestó: “profe, en mi casa no tienen como darme estudio, yo me voy para la policía y si no quedo me voy para la guerrilla”.

De otro lado en el documento “Proyecto de ley 185 de 2006 de la Cámara y presentado por el representante Germán Varón C, se lee: “La promoción a cursos superiores sin reunir las condiciones académicas causa un debilitamiento intelectual de los estudiantes y que se refleja con la llegada a la universidad donde el rendimiento no resulta ser el mejor y óptimo, por la falencia de herramientas y conocimientos fundamentales sólidos, que generan no solo perdida de años y deserciones de la educación superior sino graves frustraciones personales y familiares.

Desanima a los profesores, cuyo esfuerzo y consagración tampoco genera resultado positivo alguno. La promoción automática ha conllevado a una ausencia de autoridad en los docentes por la dificultad que supone tratar de impartir disciplina y exigir rendimiento académico, cuando en la clase existe un gran número de alumnos desinteresados en el aprendizaje y que por consiguiente no prestan ninguna clase de atención y son desobedientes, pues saben que de todas formas serán promocionados al curso siguiente sin que les implique esfuerzo alguno”.

De hecho son muchos los documentos y citas al respecto. Aún así, es frecuente escuchar a representantes del Gobierno y a directivas de la educación “responsabilizando a los profesores de la mala calidad de la educación” y no falta quien propone la necesidad de “capacitarlos” para que mejoren su trabajo al igual que se discute sobre su metodología.

Seamos claros: el problema no está ni en la forma de enseñar, ni en la forma de evaluar, ni de cómo se presentan unos informes da valoración de los estudiantes, ni en el currículo que se enseña, ni si se adopta el modelo constructivista o el instrucciónalista o instrumentalista…, el problema radica esencialmente en las políticas de gobierno que han desestimulado tanto a profesores como a estudiantes y cuyos alcances han llegado a la familia y por ende a la sociedad.

Ahora, pareciera que el nuevo decreto, 1290, acaba con la promoción automática (principal factor de discusión), pero esto no deja de ser un espejismo, ya que otorga a cada institución la autonomía para determinar tanto el sistema de evaluación, como el sistema de promoción, es decir el gobierno se lava las manos dejando la responsabilidad en manos de directivos y docentes de cada institución (divide y gobernarás), ahora se genera otro conflicto, cada entidad educativa estará internamente discutiendo y compitiendo con las demás sobre la mejor forma de hacerlo, transcurrirán entonces otros 5 o 6 años enfrascados en luchas intestinas (se califica con números, con letras, cuantitativa, cualitativa…) sin ponerse de acuerdo, hasta que aparezca otra reforma, así se diluirán en el tiempo otras tantas promociones de jóvenes condenados al oscurantismo, sin posibilidades de emerger, mientras que docentes, directivos y administradores de la educación a todo nivel, incluido el mismo estado, simplemente continúan el juego, satisfechos de la labor cumplida de conformidad con las reglas preestablecidas por los amos del mundo.

Eduardoe. Abril 22 de 2009.

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